Artistas, músicos, cineastas y escritores de otros países analizan los problemas de la ciudad en la que han elegido vivir
Sean Scully: “Barcelona es conocida como la ciudad de los rateros”
Mathias Enard: “Lo que hace atractiva a Barcelona es su diversidad”
Jamal Mahjoub: “Hay que ir con ojo con las tensiones que hay en el Raval”
Josep Massot (La Vanguardia)
En su última visita a Barcelona, Günter Grass representaba con gesticulación cómica cómo fue víctima de un carterista mientras tomaba una cerveza en la plaza Reial y cómo, sin soltar la pipa de su boca, intentó una carrera imposible para alcanzar al pillo que se esfumaba con su dinero y su documentación. El relato de los hurtos sufridos es ya un clásico en todas las veladas con creadores extranjeros que visitan la ciudad. El enojo por esta plaga y por la masificación turística es la queja común de escritores, artistas o músicos de otros países que se han instalado en la ciudad.
Masafumi Yamamoto. El artista japonés, en su taller de la calle Avinyó / Laura GuerreroJamal Mahjoub. El escritor sudanés, en su casa, cerca de la Sagrada Família /Xavier GómezLydia Lunch. La inclasificable artista dejó Los Ángeles por Barcelona /ArchivoAmor a pesar de todo
Son siete testimonios sobre Barcelona. Un director de cine italiano (Giusepe Capotondi), un premiado escritor francés que escribe una novela en verso sobre la ciudad (Mathias Enard), otro narrador francés que ha debutado con una novela en la que Barcelona es casi un protagonista más (Diego Gary), un pintor irlandés que vive a caballo de Nueva York-Barcelona-Munich (Sean Scully), un novelista sudanés que pasó su infancia entre Londres y Jartum (Jamal Mahjoub), un artista japonés (Masafumi Yamamoto) y una explosiva artista (música, cine, fotografía, performance, spoken word, literatura, ensayo…) criada en el Nueva York punk (Lydia Lunch).
Los siete tienen en común su apuesta por la cultura y que han elegido Barcelona para vivir. En esta página se resumen sus opiniones sobre lo que no les gusta: hurtos, turismo masivo, venta descontrolada de droga, ruido y suciedad. Pero Barcelona –por eso la han elegido– les fascina. Los lectores podrán encontrar entrevistas individuales con cada uno de ellos en la web de La Vanguardia a partir de la próxima semana.
Ciudad de rateros. “Barcelona es conocida en el mundo como la ciudad más deshonesta de Europa, la ciudad de los rateros”, dice desde su estudio de Nueva York el artista irlandés Sean Scully, que tiene casa y taller en Barcelona (Ausiàs March y Girona)y considera a su galerista Carles Taché “mi familia barcelonesa”. Scully alaba “el carácter de la gente de Barcelona, que salió a las calles para protestar contra la guerra de Iraq”, aunque cree que “es hora de poner un poco de orden. Barcelona quizás por todos sus años de reacción al fascismo es hoy demasiado tolerante y liberal y se consienten situaciones que tienen un límite”. Jamal Mahjoub (vive a doscientos metros de la Sagrada Família) es un escritor sudanés de una familia del norte musulmán y también se queja de la inextinguible plaga de hurtos: “Barcelona tiene ya la reputación en todo el mundo de ser una ciudad de carteristas”. Y el pintor japonés Masafumi Yamamoto, que vive en Consell de Cent y tiene su taller en Avinyó, lamenta: “Los hurtos ya se extienden a diario en el Eixample. Y la suciedad de la ciudad no se da sólo en la parte baja, también en Pedralbes”.
Droga. Diego Gary, hijo del escritor Romain Gary y de la actriz Jean Seberg, ha reflejado en la novela S. ou l”esperance (en Galaxia Gutenberg en marzo) las peripecias vividas en Barcelona durante siete años. Tuvo un bar en Escudellers (Los Álamos) y ahora una galería-café-librería en Joaquín Costa, Lletraferit. “Mi mujer y yo nos planteamos regresar el año próximo, seguramente para vivir en el Eixample”, dice desde París. Gary tuvo una mala experiencia con la policía: “Estaban interrogando a mis camareros y me acerqué para interesarme sobre lo que pasaba. Sin darme oportunidad de decir que era el dueño del bar, me golpearon e intentaron romperme la cabeza sobre el asfalto”.
Gary dice que “además de la inseguridad y de que el peligro de robo es insoportable, hay mucha suciedad y, sobre todo, mucha droga. Realmente el problema es muy grave. En el Gòtic te ofrecen droga por todos lados y cuando mis amigos quieren enviar a sus hijos a Barcelona siempre les alerto. En Arc del Teatre ves a chicos inyectándose en el suelo entre bolsas de basura y en el autobús de Montjuïc, a todos esos pobres chicos, demacrados, que van a buscar sus dosis”.
Lydia Lunch, que hace cinco años, cuando ganó Bush, dejó Los Ángeles para vivir en Barcelona (cerca de la Sagrada Família), es una artista alérgica a las etiquetas. Ha colaborado con Sonic Youth, Brian Eno y Nick Cave. También con Mark Cunnigham (ex Mars, actual Bèstia Ferida), residente desde hace años en Barcelona, plaza Goya. Lunch nació en el gueto negro de Rochester (Nueva York) y ha vivido en Brooklyn, Minneapolis, Nueva Orleans, Los Ángeles y Londres, y no puede estar en más desacuerdo. Lo que más le gusta de la ciudad es “la paz de la vida diaria”, dice desde Berlín, donde está de gira con su grupo. “Para droga, la que había en los alrededores del antiguo Zeleste en los años 80”, comenta su compañero, el músico Marc Viaplana. La llegada de Lydia Lunch a Barcelona fue determinante para que Virginie Despentes, directora del filme Baisse-moi y del libro Teoría King-Kong, se instalara también en la ciudad, donde las dos publican en Melusina.
La plaga turística. Scully ha borrado la Rambla de su itinerario: “Antes, uno de mis placeres era acercarme a un quiosco y comprar prensa inglesa, ahora me enferma pensar cómo era antes”. El francés Mathias Enard, que vivió en Irán, Siria, Líbano y Roma, y se ha instalado en una empinada calle del Poble Sec, también ha dejado de ir por la Rambla. Jamal Mahjoub cree que “Barcelona se ha estandarizado y ha vendido su alma a la especulación urbanística y a la mcdonalización; ha perdido su personalidad”. En cambio, Giuseppe Capotondi, que reside en Roger de Llúria, y que debutó en la última Bienal de Venecia con el filme La doppia ora, cree que “se está exagerando mucho. Participo en un bar en el Gòtic, muy cerca de la Rambla, y creo que ahora estamos mejor que hace cinco años. Tampoco veo tantos robos”. Según Capotondi, “ya ha parado la llegada de italianos a Barcelona”.
Cosmopolitismo, provincianismo. Los entrevistados para este reportaje proceden de países de habla no castellana y ninguno de ellos se queja de que haya dos idiomas, “Al revés. Los problemas los he tenido –dice Jamal Mahjoub– por no poder hablar el catalán que he aprendido. En muchos sitios, bares, tiendas, sólo saben castellano”. Enard, además de francés, alemán, inglés, castellano, italiano, farsi y árabe, hace sus pinitos en catalán. Ve tres Barcelonas: “La capital de Catalunya, una gran ciudad española y un puerto europeo y mediterráneo. Esto es lo que la hace atractiva, su diversidad. Si una de ellas dominara sobre la otra, perdería inmediatamente su encanto”. Enard escribe una novela en verso sobre la ciudad, en la que aparecen, mezclados en pocos metros cuadrados, galerías, el Macba, las prostitutas pakis, árabes…
Inmigrantes. Mahjoub lanza un aviso: “En el Raval se están produciendo cambios sociales muy rápidos y he visto tensiones. Hay que ir con ojo, porque si de estas tensiones se llega a los tiros, la situación se hará muy compleja”. Enard, que también habla árabe, no vislumbra una situación explosiva. “Sí hay disputas, porque los pakistaníes son los que tienen más dinero ya veces hay discusiones con un árabeouncentroamericano por un local, pero la sangre no llega al río”. Mahjoub da un consejo: “Si el Estado no se ocupa de los musulmanes, ese vacío lo llenan los fundamentalistas, que ponen el dinero y envían sus imanes para predicar que los españoles son unos infieles que no cumplen la ley coránica, la charia, y que hay cambiarlos. La solución es lo que han hecho los británicos tras los atentados del 11-J: promover desde el Estado una charia para sus musulmanes”. Yamamoto piensa que los inmigrantes han de adaptarse a la sociedad de acogida: “No puede ser que en sus países de origen lleven a la cárcel a quienes llevan minifalda y que en Europa quieran imponer el velo”. Enard cree que uno de los retos de Europa es no crear fronteras internas con las comunidades no cristianas.